Retrato de Alfredo Sinclair por Philippe Arnoux

Fotografía de obras por Alfredo Maiquez

Por Carmen Alemán

En 1947, decidido a dedicarle todo su esfuerzo a la pintura, Sinclair vende su auto, y con los 600$ que obtiene viaja a buenos Aires, Argentina y se matricula en la escuela Superior de Bellas Artes Ernesto de la Carcova. En año siguiente, se hace merecedor de la medalla de Estímulo en la exposición de artes plásticas Bodas de Oro Club Morón, del barrio San Telmo en Buenos Aires. En 1950 presenta su primera exhibición individual en la galería Antú en Buenos Aires, y poco después regresa a Panamá bajo las influencias de los maestros Matisse, Gauguin y Modigliani. En su oportunidad, el crítico Enrique Ruiz Vernacci apuntaría, “Alfredo Sinclair Ballesteros dibuja con maestría, su trabajo es sencillamente admirable, siendo brioso y punzante.”

En 1952 rompe con la figuración y se lanza a la aventura de la experimentación a raíz de leer una cita de Pablo Picasso, “no se porque tratan de imitarme cuando hay tantas cosas esperando que se hagan.” Regresa a Panamá e introduce el arte abstracto en Panamá, siguiendo la corriente informalista del “action painting,” fundada por el norteamericano Jackson Pollock. El chorreado o dripping le resulta atractivo a Sinclair y da rienda suelta a estas emociones fugaces, ubicándose en el centro de la vanguardia de la abstracción latinoamericana.
A raíz de los sucesos conocidos como “Los Mártires de Enero” en que estudiantes panameños entraron a la zona del canal a izar la bandera panameña, Roberto Alemán Zubieta, mi padre, fue designado embajador en Washington. Durante los años en EEUU, mi madre, María Teresa Healy de Alemán, se esmeró, por su vocación de historiadora, en enseñarme el camino hacia el National Gallery of Art, un museo con una colección inigualable que selló para siempre mi vocación por el arte. Recuerdo que el guardia, al verme llegar todos los sábados, me preguntaba, “tareas escolares de nuevo?” Y yo le contestaba, “no, vengo por diversión.” Tenía en ese entonces apenas nueve años. Al volver a Panamá a mis doce años, nuestra vecina, Aida Isabel Cardoze, me mostró las pinturas que hacía en las clases que seguía con el maestro Alfredo Sinclair. Estando ya enamorada del arte a tan corta edad, le pedí a mis padres me permitieran asistir a las clases de pintura que dictaba el maestro todos los sábados.

Así me convertí en la mascota de los cursos de arte, y los Sinclair me acogieron como miembro honorario de la familia, llamándome con cariño, Carmen Alemán Sinclair. Poco me imaginaba yo que con el pasar de los años llegaría a exponer la obra de este gran artista (y muchos otros) en mi galería, Arteconsult, fundada a finales de los 70 en Ciudad de Panamá. Además, tuve el honor de organizar sus exhibiciones en el Banco Nacional y en el HSBC en los años 70 y 80, y como historiadora de arte, me dediqué a estudiar su vida y su importancia para el arte contemporáneo latinoamericano.

En 2005, tuve el honor de editar el libro “Alfredo Sinclair, Huellas,” publicado por la editorial Gamma con extraordinarias fotografías de las obras y del maestro, realizadas por el renombrado fotógrafo Alfredo Maiquez. El texto compila comentarios de José Gomez Sicre, director del Museo de Arte Moderno de Lationoamérica en Washington D.C. en los años setenta, y cito, “colorista inigualable, Sinclair brilla tanto en sus años abstractos como en su época figurativa.” Al entregarle al maestro Sinclair la primera copia del libro, este me lo dedica con una nota que dice: “con aprecio y alta estima, Alfredo Sinclair.”

El legado de Sinclair, el gran maestro panameño del color, vivirá para siempre en mi memoria por ser un artista inigualable, y uno de los primeros abstraccionistas del istmo y del siglo.

Carmen Alemán, sept. 28, 2020


Pueblito. 112x81cm, óleo, 1968.
Abstracto, 105x130cm, óleo, 1971.
Jungla azul, 98x83cm, óleo, 1952.
Acuario, 66x99cm, oleo, 1971.