Lo más sacrificado: el desgaste físico que existe durante toda una noche en una tarima donde tengo que estar moviendo la cintura y la cadera.

 

Por Lucía Domínguez Fotografías Federico Galbraith
Dirección Cristina Nordström Styling Marisa Midolo

 

Sandra Sandoval es una mujer inolvidable. Además de su talento como cantante, es dueña de una personalidad extrovertida, autóctona y auténtica. Por su manera de hablar, sus ocurrencias y un excelente sentido del humor se hace notar en cuanto llega a un lugar. Es de carácter sencillo, pero también es una diva. Cómo no va a serlo si, cuando empezó a cantar y a remenear sus caderas al ritmo del acordeón de su hermano Samy, el público acudía a los bailes hipnotizado por ese huracán rítmico que cantaba ‘Que hablen, que hablen / Que digan lo que quieran/ Que yo soy gallina fina / ¡Carajo! / No para cualquiera’. Los patrones de la cumbia, como se les conoce en el mundo de la música típica panameña, llegaron para darle un giro de tuerca rotundo al género, tanto en la manera de interpretarlo como en la forma en que lo disfruta el público. Antes de Sandra, nadie coreaba y bailaba frente a la tarima en los eventos de música típica, eso era un comportamiento exclusivo del formato de conciertos de otros géneros; tampoco nadie reparaba mucho en la cantante o en sus vestuarios o en sus improvisaciones. Cuando Sandra llegó a los escenarios, hace ya más de 30 años, impuso su estilo arrollador y despampanante para bailar e interpretar.

Sandra Sandoval es una pionera como cantante que lleva un mensaje reivindicativo para las mujeres, con letras de empoderamiento femenino, equidad de género, que proclaman a los cuatro vientos y sin ambages que en una pareja los dos tienen derechos y deberes por igual y que los sentimientos, deseos y emociones de hombres y mujeres se pueden equiparar.

¿Cómo fue tu infancia en Monagrillo?
Muy divertida, con muchas carencias porque venimos de una familia muy humilde, lo que había se comía, como dice el refrán, cuando hay se come y cuando no, se aguanta. Desayunábamos pan con mantequilla. Mi mamá nos mandaba a comprar 3 michas de pan, una para mí, una para Samy y una para ella. Si papá estaba, eran 4 michas de pan y 10 centavos de mantequilla y café; donde se acababa el pan, listos para la escuela, porque nosotros no éramos de tomar mucho café pero el café se tomaba hasta donde alcanzaba el pan.

Una vez mamá me sancochó un huevo y yo no me lo pude comer y lo puse en la maleta. En la escuela eso se me olvidó y echa días y echa días. Yo sabía que el huevo estaba ahí, pero me daba una pereza sacar ese huevo de la maleta. Mamá en la casa decía ‘jó a mí me hiede algo, no sé qué es’ y yo no me acordaba. Cuando llegaba a la escuela la maestra también decía, ‘siento un olor como a ratón muerto, pero no sé qué es’. Hasta que un día mamá encontró el huevo verde lleno de muchas cosas y esa maleta la sacó al sol porque esa era otra, la maleta que Samy ya no usaba, me la heredaba. Cuando Samy usaba la maleta por seis años entonces pasaba a mí y esa maleta tenía que seguir durando…era una maleta resistente, unas maletas muy bien hechas, aguantaron 12 años.

Pero fue una infancia muy divertida. Cuando había aguaceros eran los ríos nuestros, se hacían unos pozos muy grandes en las cunetas de las orillas de las carreteras y eran los lugares perfectos para nosotros nadar.

 

¿Cómo decidiste que querías dedicarte a la música?
Creo que mi papá lo planeó todo. Él tocaba acordeón y enseñó a Samy a tocar el acordeón cuando tenía 8 años, y yo, de tanto escuchar el acordeón en la casa, y en la familia se escuchaba mucho la radio, música típica, como me gustaba cantar de todo, yo le cantaba las canciones a Samy cuando se las estaba aprendiendo. De hecho, yo traté de aprender a tocar el acordeón y aprendí un par de cositas, pero no lo seguí porque eso no era para mujeres, pero toco algo de acordeón, sé el mecanismo del acordeón, pero Samy fue el que le metió fuerte al acordeón y yo empecé cantándole las canciones. Yo tenía 8 ó 9 años cuando empecé con la música típica; fue cuando mi papá nos llevó por primera vez a tocar en un baile, en una tarima, junto a Alfredo Escudero. En ese tiempo él era uno de los músicos más importantes. La gente nos escuchó y a todo el mundo le gustó y de ahí seguimos.

¿Por qué estudiaste Derecho?
Porque mi papá me decía que los cantantes tienen que tener una carrera universitaria de apoyo. Yo no sabía qué estudiar porque a mí me encantaba la música, me encantaba cantar y, como vivíamos en el interior, eran pocas las oportunidades que tenía de carrera y entre las que más me llamaba la atención era Derecho. Lo estudié, obtuve mi diploma, le dije a mi papá ‘aquí está mi diploma, pero quiero seguir cantando’.

¿De qué manera te influyó la música popular?
En casa escuchábamos mucho a Alfredo Escudero, Dorindo Cárdenas y Victorio Vergara.
¿Cómo ves el panorama de la música típica en Panamá?
Muy positivo. Veo que hay músicos que están tratando de tomar la bandera musical y lo veo con muy buenos ojos. Esto va a continuar.

Como mujer en esta industria ¿qué te empoderó más?
Saber que las mujeres se identificaban con mis canciones. Las canciones que sacábamos eran como una curita para cada problema de cada mujer.

¿De qué manera has influenciado a las mujeres panameñas?
Con las letras, con la forma de vestir, hacerle ver a la mujer que no tienes que estar con los vestidos largos de antes, que puedes salir y divertirte sin lastimar la relación de pareja. Puedes salir con tus amigas, puedes ir a un baile con las amigas, sin lastimar la relación de pareja.

Samy y Sandra cambiaron la manera de disfrutar un baile típico, el público iba a verlos cantar y a corear sus canciones más que a bailar.

Es una nueva forma de disfrutar la música típica. Nosotros decíamos que había que modernizar el típico y lo hicimos más show, más visual; no que la gente fuera a sacar a una pareja a bailar sin saber quién estaba arriba de una tarima. Disfrutaban la música, pero no les prestaban atención a los movimientos de los integrantes, ahora es más show.

¿Cómo es el proceso de elegir una nueva canción para su repertorio?
Empieza con Samy; selecciona la canción, después la visualiza en mí, me la enseña; después tiene unos arreglistas dentro del grupo que le dan unos toques para que sea más Samy y Sandra. El filtro es Samy.

¿Cuáles son las canciones que más disfrutas sobre el escenario?
Las disfruto todas porque es como cuando tienes siete hijos y te preguntan a cuál quieres más. Las disfruto todas porque cada vez que grabo una canción, le pongo el feeling como si de verdad me estuviera pasando. Cuando la canto, la tengo que proyectar diciendo ‘yo soy la mujer de nadie’, o sea, yo me tengo que sentir la mujer de nadie y cuando veo al público, el público me transmite esa energía, es como ósmosis, yo doy energía y el público también me da energía.

¿Qué es lo más sacrificado esta profesión?
La actividad física que tengo que proyectar. El desgaste físico que existe durante toda una noche en una tarima donde tengo que estar moviendo la cintura, la cadera, y cuando llego a la casa, llego quejándome. Aparte de que tengo familia y dejo a mis hijos con nanas, que no es lo mismo. Ya ellos se acostumbraron, pero al principio decían que no es lo mismo. Una tiene 11 años y el otro 14 y se acostumbraron a que sus nanas son como su mamá, yo hubiera querido que fuera de otra forma, pero es lo que hay.

¿Cómo te llegan las ideas para diseñar tu vestuario?
Veo muchas fotos. Cuando solo había revistas compraba todas las revistas que veía en el camino. Mi mamá es modista, eso me ayudó mucho a diseñar mis vestuarios. Yo también coso y voy todos los años a Nueva York a comprar mis telas y tengo un cuarto lleno, pero lleno, de todas las telas que voy a usar durante el año y ahí mismo llevo al costurero y vemos. Él me manda ideas, yo las modifico o yo le mando ideas.

¿Proyectos inmediatos?
Seguir cantando.